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jueves, 1 de diciembre de 2016

Santa Marta



Mil 543 fotos y 53 videos después, tengo la oportunidad de escribirte. A ti que eres color y fuego, a ti que escondes tesoros en tus montañas, a ti que tienes el privilegio de tener el mar a tus pies, a ti te dedico este sentir. 
Desde agosto emprendí este reto motivada inicialmente por un deber, luego, fue sencillamente por amor a la ciudad. Samaland es un paraíso: vale la pena vivir, aguantar calor, pelear por la conciencia ciudadana, con tal de disfrutar de la dos veces Santa. 

Aunque trillada este la frase, ella es "la magia de tenerlo todo": la calidez de la gente, la paleta de colores que se forma al atardecer, el ritmo acelerado de hablar de un costeño, las artesanías del camellón, el reflejo del sol en el mar, el ardor de la piel después de un día de playa; esta es mi ciudad, es mi orgullo.

Me quedo sin palabras y es difícil explicar el sentir de un samario. Si rehiciera la bandera de Santa Marta elegiría para ella verde, naranja y azul. Sierra Nevada, atardecer y mar.

Santa Marta es color






El verde de sus mangos biches, del lago de Teyuna, de las palmeras de la playa, de los árboles de trupillo de la Quinta, del jardín botánico, de los aguacates, del Ziruma después de la lluvia, de las famosas iguanas, de las montañas cubiertas por árboles que se ven en la vía a Minca; el verde del guineo, de los arbustos corales, de los pericos y loros que vuelan entre las palmeras, de los limones cuando pasan en carretilla, el verde de las cerezas y los mamones en época de cosecha.



El amarillo de las luces de la calle (las que quedan), de los faroles del camellón, en especial el que está torcido a unos metros de la estatua de Don Rodrigo de Bastidas en la Bahía. El amarillo de la arena cálida, del sol y su reflejo en el mar. El amarillo de los guineos maduros, de la casa Joaquín de Mier, del arroz con pollo, de Taganga cuando baja el sol, del horizonte en el atardecer. El amarillo de las empanadas, de las hojas secas, de las mazorcas asadas, de las naranjas, de las mariposas de Gabo que vuelan entre los olivos. 



El rojo de las cayenas, de los raspaos de cola, de las fresas, de los tutis que venden en todas partes, de las paletas de agua, de las cerezas maduras, de las patillas, de la papaya, de las gallinas, del típico cabello de las peluqueras, de los banquitos de cemento que rodean el centro histórico. El rojo de la sangre de los peces cuando mueren golpeándose unos a otros, de las materas de la Quinta de San Pedro, de las florecitas de los arbustos corales, de los adoquines del centro histórico, de las acacias y del sol cuando se oculta. 






El naranjado de los atardeceres en el aeropuerto, del filete de salmón, de las naranjas, de las mandarinas, del plátano  que sin falta acompaña un asado, del mandarinazo que venden en las esquinas. El naranjado del Liceo Celedón, de las bolas de tamarindo sin quemar, de las brasas de carbón en las ventas de arepa asada, de los bollos de mazorca, del jugo de naranja presente en muchos desayunos, de los camarones, de la huyama en los sancochos y del arroz de zanahoria. 

Así te concibo paraíso, con la mayor de las alegrías te escribo mi 
bella, mi colorida. 




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1 comentario:

  1. Daniela increíble el relato que nos vas narrando sobre tu mirada de la ciudad de Santa Marta, y sí fue un gran experiencia para todos nosotros haber compartido todos estas historias escritas por ustedes sobre esta hermosa ciudad y sus alrededores, gracias por compartir con nosotros todas las maneras de abordar la belleza, el encanto y la bacanería de Samaland como tu le dices y otros otros tantos amables con sus palabras, ya sabes tienes un maravilloso trayecto por recorrer, ya lo iniciaste así que el camino está listo esperando por tí, buenas vacaciones querida periodista de viajes :))

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